Por: Ricardo Peraza*
México llegó a la COP30 en Belém con un discurso ambicioso y una mochila pesada. Por un lado, un nuevo gobierno que quiere presentarse como campeón climático regional; por el otro, una economía todavía anclada al petróleo, al gas importado y a proyectos de infraestructura que avanzan más rápido que los paneles solares. Esa tensión se notó en cada foto, cada discurso y cada párrafo del famoso “Paquete de Belém”, el paquete de decisiones con el que se cerró la cumbre.
En el plano formal, México puede presumir logros. Presentó su NDC 3.0, la tercera contribución climática del país, con metas más claras que en el pasado: promesa de cero emisiones netas en 2050 y reducciones de entre 31% y 37% hacia 2035, con un objetivo intermedio de 35% para 2030 respecto al escenario tendencial. Por primera vez se plantea un tope absoluto de emisiones, de alrededor de 364 a 404 millones de toneladas de CO2 equivalente para 2035, con un rango más bajo condicionado a apoyo internacional.
La delegación, encabezada por Alicia Bárcena, hizo lo que había que hacer en un foro como éste: hablar de justicia climática, recordar que México apenas aporta 1.3% de las emisiones globales y exigir más financiamiento para adaptación, pérdidas y daños y transición justa. El país se alineó con la narrativa de que no se trata solo de partes por millón de CO2, sino de niñas y niños que pierden su casa en un huracán o de comunidades que ven secarse sus ríos.
También hubo movimiento en el tablero regional. Meses antes, México había hospedado una reunión ministerial latinoamericana para llegar a Belém con cierta voz común, y en la COP respaldó posiciones conjuntas que ponen énfasis en derechos humanos, salud y equidad en la acción climática. Desde la tribuna, el mensaje fue que la región no quiere ser sólo “zona de sacrificio”, sino también protagonista de soluciones, desde la gran Selva Maya hasta los corredores bioculturales que se anunciaron en los pasillos de la cumbre.
En el tema de bosques y biodiversidad, México jugó en modo vitrina: presentó el proyecto MEx30x30 para conservar 30% del territorio nacional a 2030, y la iniciativa ACCIÓN para financiar áreas naturales protegidas y fortalecer la resiliencia de comunidades en la península de Yucatán. El mensaje es claro: queremos ser vistos como país megadiverso que cuida sus ecosistemas y sabe hablar el lenguaje de los fondos verdes. Y algo de eso funcionó: México aparece en los primeros grupos de países beneficiarios de nuevas ventanas de financiamiento climático para la región.
El capítulo más delicado está, como siempre, en los combustibles fósiles. La COP30 terminó sin un compromiso vinculante para eliminar gradualmente petróleo, gas y carbón. En paralelo al texto oficial, surgió la Declaración de Belém sobre la transición justa lejos de los fósiles, impulsada por Colombia y firmada por poco más de dos docenas de países, entre ellos México.
Sobre el papel, pues, México sale de Belém con credenciales respetables: NDC actualizada, metas absolutas, iniciativas de conservación, discurso fuerte sobre justicia climática, firma en una declaración para dejar atrás los fósiles y alineamiento con el llamado a triplicar la financiación de adaptación. Visto desde fuera, es el comportamiento de un país que quiere reposicionarse después de años de ambigüedad y silencios incómodos en las últimas COP.
El problema es cuando la cámara deja de enfocar el pabellón mexicano y gira hacia la casa. Detrás del lenguaje de “acción ambiciosa y transformadora” siguen ahí Pemex, las refinerías, las centrales a combustóleo y una planeación eléctrica donde más de la mitad de las nuevas plantas proyectadas siguen siendo fósiles
¿Entonces cómo calificar la actuación mexicana en la COP30? Diría que fue correcta hacia fuera e insuficiente hacia dentro. Correcta, porque se alineó con los países que empujan por más financiamiento, mayor ambición y una discusión explícita sobre el fin de los combustibles fósiles, y porque por fin se dotó de metas numéricas más serias. Insuficiente, porque nada de eso cambia por sí mismo la realidad de un país que no ha cumplido sus objetivos climáticos anteriores y que sigue sin un plan creíble para desengancharse de los fósiles al ritmo que exige el 1.5 °C.
La COP30 dejó en Belém un acuerdo global que “va más rápido, pero todavía demasiado lento”. México, dentro de ese cuadro, hizo buena letra en el examen oral: estudió los argumentos, se aprendió el vocabulario correcto, firmó las hojas adecuadas y se tomó la foto con los compañeros “responsables”. Lo que falta ahora es el examen escrito que no se hace en la Amazonia, sino en la Cámara de Diputados, en la CRE, en el presupuesto, en los litigios ambientales y en cada decisión de inversión pública y privada.
Si algo nos enseña Belém es que ya no alcanza con ir a la COP a pronunciar discursos sobre la parálisis internacional. La verdadera medida de si México “regresó al camino correcto” no estará en la NDC 3.0 ni en los comunicados de Semarnat, sino en cuántas toneladas de CO₂ dejamos efectivamente de emitir.
*Abogado internacionalista


