El nuevo film de Jafar Panahi, presentado en competencia oficial en Cannes 2025 y distribuido por MUBI, marca el regreso de un director que convirtió su biografía en una forma de resistencia estética. La película —filmada sin autorización, como casi toda su obra de los últimos quince años— surge de su segunda experiencia carcelaria, entre […] La entrada El espejo roto de Irán: Jafar Panahi y la mirada que resiste se publicó primero en Revista Mercado.El nuevo film de Jafar Panahi, presentado en competencia oficial en Cannes 2025 y distribuido por MUBI, marca el regreso de un director que convirtió su biografía en una forma de resistencia estética. La película —filmada sin autorización, como casi toda su obra de los últimos quince años— surge de su segunda experiencia carcelaria, entre […] La entrada El espejo roto de Irán: Jafar Panahi y la mirada que resiste se publicó primero en Revista Mercado.

El espejo roto de Irán: Jafar Panahi y la mirada que resiste

2025/11/20 12:58

El nuevo film de Jafar Panahi, presentado en competencia oficial en Cannes 2025 y distribuido por MUBI, marca el regreso de un director que convirtió su biografía en una forma de resistencia estética. La película —filmada sin autorización, como casi toda su obra de los últimos quince años— surge de su segunda experiencia carcelaria, entre 2022 y 2023, cuando fue detenido por “propaganda contra el régimen”. De esa reclusión forzada nació un relato de tensión moral, situado en los márgenes de Teherán, donde la línea entre víctima y victimario se diluye hasta volverse indistinguible.

La herida como punto de partida

Panahi ya no filma desde el lugar del observador. En Fue solo un accidente, la cámara se incrusta en la piel de un país exhausto, donde los gestos cotidianos están cargados de sospecha. El argumento es simple y devastador: Vahid, un mecánico de clase trabajadora, reconoce en la calle al hombre que podría haberlo torturado años atrás. Lo secuestra. El hecho, aparentemente menor —“solo un accidente”, como ironiza el título—, abre una grieta por la que se filtra el trauma colectivo de una sociedad que no logra procesar su violencia.

En la entrevista que acompaña el material de prensa, Panahi explica que el film fue concebido “para quienes conocí en prisión”. La deuda no es sentimental, sino ética: devolver a la pantalla la humanidad de quienes, tras las rejas, fueron reducidos a cifras o amenazas. Esa motivación impregna cada plano. Las escenas se construyen en espacios cerrados, filmados con luz natural y movimientos de cámara restringidos. La estética de la claustrofobia funciona como metáfora de un país donde la libertad —personal, política, incluso formal— sigue siendo un riesgo.

Ecos del presente

El director sitúa la historia en un Irán posterior a las protestas de 2022, cuando el lema “Mujer, Vida, Libertad” transformó la disidencia en movimiento de masas. La muerte de Mahsa Amini, arrestada por la policía moral, sigue siendo el telón de fondo. En las calles filmadas por Panahi —actrices sin velo, conversaciones susurradas, miradas esquivas— se percibe la tensión entre cambio y represión. “Las mujeres impusieron esta transformación”, afirma el realizador. Su cine registra ese avance sin proclamas, solo con la evidencia de los cuerpos.

El gesto más radical de la película es su propia existencia. Panahi fue durante años un cineasta proscripto: condenado en 2010 a veinte años de prohibición para filmar, escribir o viajar, convirtió esa sanción en un manifiesto artístico. Esto no es una película (2011), grabada en su departamento con una cámara doméstica, fue una declaración sobre la imposibilidad de filmar. Fue solo un accidente es la otra cara de esa moneda: filmar a pesar de todo, sin pedir permiso. La obra no busca evadir la censura, sino exponer su absurdo.

Una ética de la mirada

El título encierra una ironía persistente en toda la filmografía de Panahi. En apariencia, se trata de un hecho fortuito; en el fondo, de una responsabilidad ineludible. El protagonista, interpretado por Vahid Mobasseri, encarna la confusión moral de una generación que creció bajo vigilancia. Frente al torturador, no encuentra alivio en la venganza ni redención en el perdón. Solo la conciencia de que el mal —como el Estado— es una estructura que sobrevive a los individuos.

Desde lo formal, la película introduce una ruptura con el realismo contenido de sus trabajos anteriores. Panahi abandona el rigor documental para explorar una puesta más expresiva: planos prolongados, encuadres que agrupan a los personajes en una misma toma, y una textura visual que oscila entre el registro urbano y el artificio teatral. El cambio no es estético sino político: si antes la cámara observaba, ahora interpela. El espectador se vuelve cómplice del dilema que atraviesa a cada personaje.

Entre la ficción y el testimonio

El guion, escrito junto a Nader Saeivar, Shadmehr Rastin y el activista Mehdi Mahmoudian, mezcla experiencias reales de ex presos con episodios ficticios. Esa hibridación refuerza el efecto de verosimilitud sin renunciar al artificio. Los personajes representan distintas formas de resistencia: la que se ejerce desde la violencia, la que apela a la palabra, y la que simplemente intenta sobrevivir. En todas ellas late la misma pregunta: ¿cómo seguir viviendo cuando la vida misma se ha vuelto una forma de protesta?

El elenco —en su mayoría no profesional— prolonga la tradición del neorrealismo iraní, pero Panahi introduce una torsión contemporánea. Las actuaciones carecen de naturalismo: los gestos son pausados, las conversaciones se interrumpen, las miradas se sostienen más de lo necesario. En ese tempo contenido se percibe el eco de los silencios carcelarios, de los diálogos truncos por la censura. Lo que no se dice pesa tanto como lo visible.

El lugar del cine

En su trayectoria, Panahi convirtió cada restricción en una oportunidad de lenguaje. Fuera de juego (2006) utilizó el fútbol para hablar de exclusión; Taxi Teherán (2015) transformó un automóvil en sala de entrevistas itinerante. En Fue solo un accidente, el dispositivo es más complejo: un relato coral que funciona como espejo del país, donde todos los personajes —víctimas, victimarios, testigos— comparten el mismo encuadre. El director evita la alegoría y apuesta por la literalidad: la violencia no es símbolo, es rutina.

La película, producida en colaboración con Les Films Pelléas y Bidibul Productions, se rodó en secreto en Teherán y alrededores. Durante el rodaje, agentes de civil intentaron confiscar el material. Panahi se negó. Esa anécdota, relatada sin dramatismo, sintetiza su método: filmar como acto de persistencia, no de heroísmo. En tiempos donde la autocensura suele disfrazarse de prudencia, su cine recuerda que toda imagen política nace del riesgo.

Un arte de la obstinación

Fue solo un accidente es más que una película sobre la memoria: es una reflexión sobre la mirada. Panahi demuestra que filmar sigue siendo un modo de existir, aun cuando la cámara sea, como él mismo, prisionera de un espacio limitado. Su regreso a Cannes no simboliza reconciliación con el poder, sino la continuidad de una ética: la de quien entiende el arte como testimonio y no como evasión.

Al final, el título adquiere otro sentido. No fue “solo un accidente”. Fue el registro de un país que insiste en reconocerse, aunque el espejo esté roto.

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