El 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, se entregó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. A pesar de su difícil travesía para El 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, se entregó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. A pesar de su difícil travesía para

Nobel contra el miedo de Estado

2025/12/13 15:18

El 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, se entregó el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado. A pesar de su difícil travesía para salir de Venezuela, no llegó a tiempo a la ceremonia de premiación; en su lugar, su hija, Ana Corina Sosa, lo recibió y, en nombre de su madre, pronunció un discurso excepcional que reconstruyó, paso a paso, cómo se instauró el actual régimen autocrático y represor de Nicolás Maduro en Venezuela, tal y como ya lo habían advertido Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro Cómo mueren las democracias.

A diferencia de otros años, Machado no recibe el premio por haber cerrado una guerra o consolidado un acuerdo de paz —como lo hicieron los expresidentes de Colombia y Costa Rica, Juan Manuel Santos (2016) y Óscar Arias Sánchez (1987) —; tampoco por denunciar y enfrentar las atrocidades de una dictadura, como lo hizo el arquitecto y activista argentino Adolfo Pérez Esquivel (1980); ni por la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, como la guatemalteca Rigoberta Menchú (1992); ni por el impulso al desarme nuclear mundial, como lo hizo el mexicano Alfonso García Robles (1982).

Machado tampoco fue reconocida por cuestiones de género, sin que ello disminuya el valor simbólico que tiene este hecho para la causa de la igualdad de las mujeres. Fue premiada —y ahí está lo más relevante— por una lucha global y contemporánea que hoy nos apremia: la lucha por la democracia. Porque lo contrario de vivir en democracia es sobrevivir en autocracia: bajo la persecución, represión, sometimiento y miedo. Un miedo que ya no es sólo de la cacería política por ser opositor —como sucedió durante el nefasto periodo de las dictaduras en la región de América Latina en la década de los setenta —, sino un miedo cotidiano que rompe cualquier certeza de desarrollo individual o colectivo, un “miedo de Estado”, porque el miedo se convierte en el aliado primordial de los regímenes autoritarios como el de Venezuela, Nicaragua o Cuba. Y, esa vida de incertidumbre, de desnudez y desamparo, retratada de forma magistral por Leonardo Padura en Morir en la Arena, no es vida.

Ciertamente, el reconocimiento a la activista que encabeza un movimiento de perfil político liberal-republicano —y que diversos actores políticos y académicos ubican como de derecha —, puede resultar controvertido. Se dice que el premio fue una decisión política. Lo más seguro es que sí, no podría ser de otra forma, estos reconocimientos colocan en el centro de atención las luchas por los derechos humanos y la paz. Hoy, una serie de cambios parecen indicar que estamos viviendo un momento histórico, tal vez un cambio de época, por lo tanto, pocas batallas son tan decisivas como la defensa de la democracia frente a la expansión de la autocracia que floreció con una gran fuerza tras los resultados del “superciclo electoral” de 2024 (escribimos sobre ello en este mismo espacio) y amenaza con hermanarse y consolidarse como una red internacional, tal y como advierte Anne Applebaum en Autocracia S.A.: Los dictadores que quieren gobernar el mundo.

Por estas razones, podemos no coincidir ideológicamente con María Corina Machado, pero, no podemos negar que el Premio Nobel que acaba de recibir trasciende el significado individual y aporta una lección incómoda y urgente para la humanidad: hay que rebelarnos allí donde se pierde el Estado de derecho y la división de Poderes. De lo contrario, el costo se pagará con pérdida de libertades y la normalización de un estado de miedo permanente. Porque los nuevos dictadores —y dictadoras— de los regímenes autocráticos, gobiernan con simulación, control del erario y clientelas electorales sostenidas por transferencias de un dinero finito, pero, cuando esa ficción se agota, lo que queda es la incertidumbre como irremediable destino.

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