Entre noviembre y febrero, para miles de estudiantes secundarios y sus familias, se abre una pregunta decisiva: qué carrera elegir. En una Argentina atravesada por transformaciones sociales, económicas y laborales profundas, empiezan a ganar visibilidad aquellas formaciones que permiten entender la realidad y actuar sobre ella. En ese escenario, el Trabajo Social aparece como una de las opciones clave, aunque todavía poco difundida fuera de los ámbitos especializados.
Lejos de la imagen reducida a la asistencia, el Trabajo Social es una profesión universitaria con formación integral en ciencias sociales. Su plan de estudios articula políticas públicas, metodología de la intervención, investigación social, psicología, derecho, economía social, planificación y análisis institucional. El eje no es solo comprender los problemas sociales, sino intervenir de manera estratégica, con base teórica sólida, evidencia empírica y un fuerte compromiso ético.
Esa combinación explica por qué el campo laboral no deja de ampliarse. Hoy, trabajadoras y trabajadores sociales se desempeñan en áreas como niñez y familia, salud, educación, salud mental, empleo, justicia, género y diversidad, violencia intrafamiliar, hábitat y vivienda, personas mayores y discapacidad. La demanda atraviesa organismos del Estado, hospitales, escuelas, universidades, organizaciones sociales y, de manera creciente, empresas privadas.
Las trayectorias profesionales permiten dimensionar el alcance real de la carrera. Miriam Rangone, con más de tres décadas en programas de asistencia alimentaria del Estado nacional, atravesó distintas gestiones políticas sosteniendo criterios técnicos y continuidad institucional. Su recorrido muestra el aporte del Trabajo Social a la gestión pública y a la construcción de políticas de largo plazo en áreas sensibles.
En el sistema de salud, Marcela Fotheringham coordina el Servicio Social de Pediatría del Hospital Italiano, uno de los ámbitos más complejos de intervención. Su trabajo integra clínica, gestión, docencia e investigación, con abordajes que van desde el acceso a tratamientos de alta complejidad hasta problemáticas de violencia intrafamiliar, abuso, identidad de género y consumos problemáticos.
El cruce entre experiencia comunitaria e intervención profesional aparece con fuerza en la trayectoria de Luz Vergara, cofundadora de la Asociación Civil Familias Abiertas. Desde hace casi tres décadas acompaña procesos de acogimiento familiar y coordina equipos profesionales, articulando trabajo con familias, instituciones y formación universitaria.
El Trabajo Social también se consolida en espacios menos tradicionales. Leonardo Palladino desarrolla su carrera en la planificación estratégica, el monitoreo y la evaluación de programas en ciencia, tecnología, educación y desarrollo social, con foco en métricas, evidencia y articulación entre Estado, universidades y sector privado. Adrián Ferrando, en tanto, trasladó la formación al ámbito empresarial, donde se desempeña como gerente corporativo de Capital Humano y consultor en estrategia de personas, liderazgo y transformación organizacional.
Los recorridos muestran que el Trabajo Social no es un campo único ni cerrado, sino una profesión versátil y en expansión. En un contexto donde los problemas sociales se vuelven más complejos y transversales, la disciplina aporta lectura de realidad, intervención concreta, gestión y una comprensión profunda de los procesos sociales que inciden en la vida cotidiana de las personas.

