Banderas en recuerdo a los soldados caídos en Maidan, en el centro de KievBanderas en recuerdo a los soldados caídos en Maidan, en el centro de Kiev

Voces de Ucrania: entre la angustia y la determinación a seguir resistiendo tras el año más agresivo de Rusia

2025/12/27 13:57

LVIV, Ucrania.- “Mis abuelos pelearon contra los rusos, yo peleé contra los rusos. No quiero que mis hijos tengan que pelear contra los rusos”. El que habla es un veterano de guerra ucraniano corpulento y con barba metalera. Su apariencia de hombre duro deja paso a un ser sensible cuando recuerda cómo fue su regreso a la vida civil. “Me despertaba llorando y gritando, y mi mujer me dijo: ‘no podés seguir así, tenés que ir a un psicólogo’”.

El veterano habla en un restaurante de Lviv, la principal ciudad del occidente de Ucrania, adonde se instalan muchos excombatientes para estar lo más lejos posible de los sonidos de la guerra. Ahora él trabaja como DJ en una radio y dedica también parte de su tiempo a ayudar a otros veteranos a reintegrarse a la sociedad. Su compañero tiene una pierna ortopédica y luce mucho más reservado, con un gesto perdido en la mirada. No todos tuvieron la facilidad que él tuvo para adaptarse. Somos “hermanos en armas”, dice, y relata que ha ayudado a evitar suicidios, y que también le preocupa que algunos de los que vuelven de la guerra, ahora que saben usar armas sofisticadas, caigan en redes delictivas.

Un veterano de la guerra de Ucrania en un restaurante de Lviv

Su historia es apenas una de las millones de voces de ucranianos que comparten el agobio y la angustia por una guerra que está próxima cumplir los cuatro años, pero también la determinación para seguir resistiendo lo que sea necesario para que el destino del país nunca más vuelva a ser dictado desde Moscú.

Los últimos 12 meses han sido especialmente difíciles. Rusia ha consolidado sus posiciones en la línea de frente y la Casa Blanca ha presionado al gobierno de Volodimir Zelensky -que el domingo será recibido por Donald Trump en Mar-a-Lago- a firmar un acuerdo de que muchos piensan en este país no va frenar las ambiciones de Vladimir Putin. Los ucranianos quieren la paz, pero no a cualquier precio, y por sobre todo no quieren que el enorme sacrificio que han hecho haya sido en vano.

“Si nos encerramos a llorar, Rusia gana”

Kiev sintió en la nuca la respiración de los rusos en los primeros meses de la invasión, que llegó hasta sus puertas y fue repelida. Desde entonces vive en un estado de alerta permanente, pero aprendió a no mantener su ritmo. En la capital ucraniana, la guerra se mete en la rutina a través de las sirenas antiaéreas, los apagones prolongados y el sonido irritante de los generadores que reemplazan a la electricidad cuando la red cae. En algunas calles, es posible ver cómo los comercios los ponen en la vereda para seguir abiertos a pesar de todo.

En Kiev, muchos negocios permanecen abiertos poniendo generadores en la vereda

Incluso en la emblemática Maidan, la Plaza de la Independencia donde esta ciudad se levantó de una vez y para siempre contra la injerencia rusa hace más de 10 años, un gigantesco generador funciona como un ruido blanco que tapa todo lo demás.

A pocos metros de allí, no para de crecer el memorial donde los ucranianos colocan banderas para recordar a los soldados, donde es posible ver las caras detrás de la frialdad de las cifras de muertos.

El memorial de los soldados caídos en Maidan, Kiev

Las plantas de energía se convirtieron en uno de los principales blancos rusos y la ciudad convive con cortes programados que pueden dejar a barrios enteros hasta 18 horas a oscuras. La vida se organiza alrededor de una app que avisa cuándo habrá energía. Cocinar, lavar la ropa, trabajar o cargar el celular se vuelve un desafío logístico diario. Muchos cambian de café o de oficina improvisada cada pocas horas a lo largo del día, en busca de un enchufe o una red de wifi.

Chicos ucranianos rodean un monumento en Kiev que conmemora el Holodomor, la hambruna a la que Stalin sometió al país y que según distintas cifras mató hasta 4 millones de personas

La ciudad tuvo más de 2000 alertas antiaéreas desde el comienzo de la guerra, pero cuando se levantan nadie se queda lamentándose en los refugios. La gente vuelve a caminar apurada hacia el trabajo o llevar a sus hijos a la escuela, con un café en la mano, como si nada hubiera pasado.

Los bombardeos —los de este año fueron los más intensos desde el inicio de la invasión— se volvieron una constante y dejan marcas visibles en barrios residenciales: ventanas tapiadas con madera, edificios ennegrecidos. Pero también activan una respuesta colectiva: vecinos que reparten té caliente, empleados municipales que reparan las ventanas, rescatistas que trabajan mientras la ciudad vive en un estado de recuperación permanente.

En el barrio de Dniproskyi, a 30 minutos del centro, los rescatistas trabajan en un edificio de ocho plantas que fue alcanzado por un ataque ruso

En ese intento de sostener la normalidad, la cultura ocupa un lugar inesperado. La directora de la Filarmónica Nacional cuenta que, en plena guerra, fue el público el que pidió que los conciertos continuaran. Hoy las funciones se realizan incluso en salas que funcionan como refugios antiaéreos. Si suena la alarma, la música no se interrumpe.

Generadores eléctricos en Maidan, en el centro de Kiev

En Mykolaiv, en el sur del país, a apenas 40 kilómetros de la línea del frente, comparten esa sensación de seguir viviendo pese a todo. “Vemos la televisión con generador, buscamos otras maneras de calefaccionar. Seguimos yendo al teatro, a ver fútbol, a conciertos”, relata. “No podemos tener miedo. Si nos encerramos en un refugio a llorar, Rusia gana”.

“La esperanza es parte de nuestra resistencia”

Para los jóvenes ucranianos, la guerra es un telón de fondo constante que moldea sus decisiones y expectativas.

El país acababa de salir de la pandemia cuando Rusia empezó la invasión. Los más chicos no conocen otra vida que la del encierro forzado y los toques de queda. En escuelas de Kiev decidieron montar las aulas en los sótanos, para no tener que interrumpir las clases durante las alarmas antiaéreas.

En una charla abierta con un grupo de más de 30 alumnos de distintas carreras en Lviv, quedó en evidencia que esta generación creció en conflicto y se volvió adulta antes de tiempo. Sin embargo, lejos de la resignación, lo que domina es una mezcla de lucidez, resiliencia y un sorprendente sentido del deber.

El encuentro tiene lugar en el búnker antibombas de la municipalidad de esta ciudad universitaria, adonde llegan estudiantes de todo el país. Sus voces y testimonios forman un relato coral que nos permite aproximarnos al pensamiento de esta generación.

Encuentro de jóvenes ucranianos en el búnker de la municipalidad de Lviv

“Vamos a los cafés, estudiamos, pero también sabemos que alguien de nuestra edad está peleando”, afirma un joven de 20 años al describir la dualidad de vivir en una ciudad relativamente segura mientras otras partes del país sufren.

Muchos estudiantes cargan con una forma de culpa silenciosa: la de seguir estudiando mientras otros jóvenes combaten en el frente. “Estamos acá hablando con ustedes, y alguien de nuestra edad está ahora mismo en una trinchera”, dijo un alumno de periodismo. “No podemos quejarnos. Si los soldados soportan eso, nosotros tenemos que hacer nuestra parte”, resumió una estudiante de Relaciones Internacionales.

La guerra redefine carreras y prioridades. “¿Qué podemos hacer para ayudar? Esa es la pregunta para todos”, señaló uno de los jóvenes. Muchos ven su futura profesión como un servicio: documentar, informar, defender la democracia o ayudar a reconstruir el Estado.

Encuentro de jóvenes ucranianos en el búnker de la municipalidad de Lviv

Entre los presentes hay jóvenes de todo el país. Algunos de Kharkiv, en la primera línea del frente. O también de los territorios ocupados, esos que el Kremlin define como “prorrusos”. “No queremos ser como Rusia. Elegimos ser diferentes”, dijo una estudiante. “La guerra nos hizo más ucranianos”, agregó otro.

Una percepción que se refuerza con las noticias que llegan desde los territorios ucranianos ocupados por Rusia, donde imperan el terror y la represión. Se prohíbe la identidad ucraniana, se impone la rusificación y se fuerza a obtener pasaportes rusos para acceder a servicios básicos. Hay secuestros, torturas, confiscación de bienes y vigilancia constante, lo que obliga a vivir con miedo o a resistir en la clandestinidad.

Por eso rendirse no es una opción para los jóvenes ucranianos, aunque no ocultan las señales del desgaste. “Estamos cansados, pero no podemos detenernos”, dijo un joven. “La esperanza es parte de nuestra resistencia”, añadió una compañera.

Encuentro de jóvenes ucranianos en el búnker de la municipalidad de Lviv

Aprecian la ayuda militar y económica, pero sienten que Occidente a veces los mira con condescendencia. “A veces Europa nos trata como parientes pobres”, dijo una joven. “Queremos mostrarle al mundo lo que podemos hacer, no solo pedir ayuda”, resumió otra.

Los jóvenes están de acuerdo en que una paz que implique concesiones territoriales no es sostenible. “Si aceptamos perder territorio, la guerra va a volver”, explicó un estudiante. “La paz sin justicia no es paz”, dijo otro.

La guerra también reconfiguró el vínculo entre generaciones. Muchos jóvenes sienten que su mirada sobre el conflicto contrasta con la de sus padres, marcados por los años de la URSS, o con sus abuelos, que vivieron bajo dominio soviético o escucharon relatos directos de la ocupación nazi y las deportaciones. Algunos jóvenes cuentan que les pidieron a sus padres rusoparlantes que empiecen a hablar en ucraniano. Una chica dice que pidió que le dejen de decir Masha, el típico apodo del nombre Mariia (María), porque sonaba a ruso.

Los estudiantes describen una mezcla de cariño, diferencias culturales y, sobre todo, una nueva empatía. “Nuestros padres crecieron en un mundo donde era peligroso hablar. Nosotros crecimos hablando de todo”, comentó una chica. “A veces no entienden por qué somos tan directos o por qué queremos cambiar tantas cosas”.

Encuentro con jóvenes ucranianos en un búnker en la municipalidad de Lviv

Muchos jóvenes sienten que, por primera vez, sus familias los miran con una mezcla de orgullo y dolor: ven en ellos la continuidad de una lucha que recorre décadas, pero también una promesa de ruptura. “Ellos vivieron bajo miedo. Nosotros queremos vivir bajo libertad”, sintetizó un alumno.

A pesar de la incertidumbre, todos imaginan un futuro europeo y democrático. “Quiero que mis hijos vivan sin guerra. Nada más”, dijo una chica de 19 años, en la frase que mejor resume el deseo generacional. “No elegimos esta guerra, pero elegimos quiénes queremos ser dentro de ella”, afirmó un estudiante. En esa convicción anida la voluntad de un país que, a pesar de todo, está decidido a dar pelea.

“Putin no va a parar”

Los ucranianos también saben que sus anhelos de vivir en libertad chocan contra la pared de la mentalidad rusa. “Putin no va a parar” es una de las frases más escuchadas cuando se les pregunta si piensan que un acuerdo de paz puede poner fin al conflicto, un temor compartido con varios de los países que integran el flanco oriental de la OTAN, como Polonia, Rumania o los del Báltico.

Oleksandra Romantsova, directora ejecutiva del Centro para las Libertades Civiles —organización ucraniana de derechos humanos que recibió el Premio Nobel de la Paz en 2022—, advierte que un acuerdo de paz con Rusia no puede limitarse al cese de las hostilidades. Sostiene que Moscú no reconoce a Ucrania como un Estado soberano y actúa con una lógica colonial que busca someterla política y socialmente.

“Ucrania y Rusia tienen una larga historia compartida. Si nosotros demostramos que podemos vivir en democracia, eso significa que los rusos también pueden, y eso para Putin es una amenaza”, dijo Romantsova. Por eso, explicó, Rusia persigue especialmente a líderes cívicos, periodistas y activistas.

Oleksandra Romantsova, directora ejecutiva del Centro para las Libertades Civiles

En ese marco, considera que cualquier acuerdo sin justicia solo serviría para congelar el conflicto y darle tiempo al Kremlin para rearmarse, y que no puede haber paz duradera sin rendición de cuentas por los crímenes de guerra. “Nunca tendremos los mismos recursos que Rusia; nosotros solo podemos tener justicia”, dijo.

Desde Varsovia, Witold Rodkiewicz, director del Centro de Estudios Orientales, profundiza sobre cómo Rusia ve a Ucrania y sobre cómo la pulsión imperialista de Moscú no se limita a Putin, sino que responde a una “sociedad única y una élite única”. Por eso, muchos en Ucrania hablan de la guerra “de los rusos” más que de la de Putin.

“Rusia tiene una élite única que está dirigida por jóvenes oficiales de la URSS y para ellos la caída fue un desastre. La recuperación del estatus de superpotencia lo es todo. Nadie aceptó que se perdiera la Guerra Fría. Es toda una gran revancha y la gente en Occidente no puede entenderlo”, explica Rodkiewicz.

Un puente detonado por las fuerzas ucranianas cuando las tropas rusas se acercaban a Kiev en Irpin, a apenas minutos de la capital

“La élite piensa que Europa Central debe ser una buffer zone [zona tapón] y que los líderes de Europa Occidental son perdedores”, agrega. “La élite concibe la seguridad en términos globales. Piensan que Rusia debe ser un superpoder para garantizar la seguridad del régimen. Saben que pueden lidiar con su propia población, pero el problema es cuando llegan ideas de afuera”.

“Rusia habla con Estados Unidos para neutralizar cualquier intento de que se involucre más en la guerra. Pero lo que busca es una victoria total en Ucrania. Putin ya en 2000 dijo que cree que Rusia y Ucrania son un solo pueblo”, explica el analista polaco. “Si los rusos creen que van ganando, ¿por qué querrían negociar?”, se pregunta.

Tanques rusos capturados y de fondo un edificio destruido en Mykolaiv, en el sur de Ucrania

Rodkiewicz apunta que en el Kremlin ven al gobierno de Zelensky como ilegítimo, y que creen que si cambia el líder toda la sociedad obedecerá. “Ven un pequeño ruso en cada ucraniano”, acota.

Nada más alejado de la percepción que uno tiene cuando habla con los ucranianos, que sienten una distancia con el pueblo ruso que tras cuatro años se ha convertido en un abismo insalvable. “La guerra unificó a los ucranianos, que ahora se sienten más ucranianos que antes, y eso fue un efecto no buscado por Putin”, concluye Rodkiewicz.

“Más demanda de la que podemos absorber”

Son las 10 de la mañana en el centro de rehabilitación Superhumans, en Lviv, y la actividad ya es intensa. Decenas de soldados amputados entrenan con prótesis nuevas, repiten ejercicios, descansan. Muchos llegaron desde el frente tras pisar una mina o ser blanco de un dron.

Superhumans se presenta como más que un centro de rehabilitación: funciona como un símbolo de resiliencia y como una vidriera de lo que Ucrania quiere mostrar al mundo. Financiado por donantes internacionales como Warren Buffett o Richard Branson y sin fondos del Estado, busca ofrecer la mejor atención en medio de la guerra. “Tenemos más demanda de la que podemos absorber”, reconocen sus responsables.

Soldados ucranianos amputados en el frente se rehabilitan en el centro Superhumans de Lviv

Se estima que entre 80.000 y 100.000 personas han sufrido amputaciones desde el inicio de la invasión rusa, aunque no hay cifras oficiales. El desafío se agrava por el uso masivo de drones, que han convertido las evacuaciones en maniobras de alto riesgo, con heridos que deben ser trasladados durante kilómetros antes de recibir atención, muchas veces demasiado tarde.

Superhumans trabaja con una filosofía clara: que quienes arriesgaron su vida por el país no sufran además una carga financiera y que puedan proyectar un futuro con metas reales. “No queremos que alguien que se sacrificó por Ucrania termine el resto de su vida tirado en un sillón”, dicen. Algunos de los soldados amputados incluso regresan al frente; para ellos, el proceso de rehabilitación no marca el final de su carrera militar.

Soldados ucranianos amputados en el frente se rehabilitan en el centro Superhumans de Lviv

Los cuerpos mutilados exponen un problema aún más profundo. Ucrania pasó de 42 millones de habitantes antes de 2022 a menos de 36 millones y podría caer a 25 millones en 2051. Tiene una de las tasas de natalidad más bajas y de mortalidad más altas del mundo, y la expectativa de vida masculina cayó de 65,2 a 57,3 años. Un drama demográfico que plantea desafíos no solo para la colosal reconstrucción económica que necesita el país, sino también para sostener a un ejército exhausto. Si, como muchos temen, Putin no se detiene, Ucrania deberá seguir defendiendo su futuro con una población cada vez más reducida y cansada.

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